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miércoles, 19 de octubre de 2016













 

Bob Dylan, premio Nobel de Literatura 2016

“Rebelde de la música, dotado de místico magnetismo, este talentoso trovador representa la conciencia de la juventud, de los hombres que se sienten confusos y de, los que buscan la luz”.

John Reddy, periodista especializado, firma una nota sobre Bob Dylan que se publica en la revista Selecciones del mes de noviembre de 1970.
Llevado por mi curiosidad de saber quién es y quien fue Bod Dylan, y por haber leído varias criticas-protestas y opiniones de diferentes grupos literarios del mundo, algunas firmadas por literatos de nombre, comienzo a investigar sobre este asunto para informarme con alguna exactitud sobre la obra y vida de este artista premiado y discutido.
Entonces, en una larga noche de insomnio, tomo al azar una vieja revista Selecciones y descubro en sus páginas aquello que, sin duda, me estaba dado en conocer. Nada más preciso, aclaratorio y contundente.

¿Premonición o predicción?

La nota se titula:
“Un poeta de la música folklórica”
“La enorme muchedumbre, de unos 200.000 jóvenes llegados de todas partes del mundo, esperaba el momento desde hacía tres días. Reunidos en la isla de Wight, frente a la costa de Inglaterra, aquellos jóvenes habían pasado las noches durmiendo al abrigo de setos vivos y bajo una lluvia intermitente. Durante el día escucharon con bondadosa atención a varios intérpretes de la música, pero entonces llegaba el momento de presentarse el artista que había venido a ver y escuchar.
Bob Dylan salió a escena ya bien entrada la tercera noche. Delgado de cuerpo, barbado el rostro, vestido con un traje de color crema y una camisa amarilla, y con su figura parecida a la de Charles Chaplin, ofrecía un aspecto angelical. Acompañado por un pequeño conjunto musical, que lleva el sencillo nombre de “The Band”, empezó a cantar con una voz que hacía, según comentó algún crítico, “el efecto de una inhalación de amoníaco para desahogar la cavidad nasal”. Cuando concluyó, la enorme multitud estalló en una ovación sin precedente, sin duda la más grande que se haya tributado jamás a cantante alguno en Gran Bretaña.
La magnitud de la concurrencia reunida en esa ocasión fue una nueva muestra de afecto singular, casi místico, que en la nuevas generaciones viene obrando Bob Dylan, ídolo del rock’n’roll folklórico norteamericano. Para los jóvenes de hoy (Año 1970), Bob Dylan es la encarnación misma del legendario flautista Hamelín. “Para los de mi generación, es una mezcla de Shakespeare y Judy Garland”, explica un joven crítico. “Lo que él nos dice, nos merece crédito”.
Leyenda errante. En el campo de la música popular, que varía constantemente y en el que tanto la fama como la indiferencia pueden arrollar a un artista de la noche a la mañana. Bob Dylan ha destacado, notable aunque nebulosamente, desde hace ya casi diez años, y su popularidad sigue en aumento, como aumenta por intensificación electrónica, el número de decibelios producidos por un conjunto de rok’n’roll. Visto ya como personaje de leyenda a los veinticinco años, hoy, a los veintinueve, es multimillonario” -Bob Dylan aparece como un joven de veintinueve años en el año 1970, actualmente estamos en el 2016, de manera que su edad sumaría en la actualidad setenta y cinco años-
“Solamente en los EE.UU se han vendido más de diez millones de álbumes fonográficos suyos, además de muchos millones de discos sueltos. Docenas de grupos de músicos y cantantes ha grabado las canciones de Bob Dylan, tales como Blowin’ in the Wind, It Ain’t Me, Babe y Mr Tambourine Man. Dylan cobra los honorarios más elevados en las muy raras ocasiones en que ofrece un concierto. Por su participación de una hora en el festival del verano de 1969 en la isla de Wight, recibió 80.000 dólares.
Alguien le preguntó una vez:
-¿Quién te corta el pelo?
Y él respondió jocosamente:
-Mi banquero.
De Bob Dylan, hombre esquivo, de imprevisible modo de ser, podría decirse que tropezó con el triunfo.
En su voz hay un áspero acento que hace pensar en el aullido de “un perro que se engancha una pata en una alambrada de púas”, como ha dicho alguien. Bob Dylan evita las entrevistas periodísticas y es poco comunicativo en lo que toca a su persona. Tan hermética es su vida privada, como la letra (vaga y antigramatical) de algunas de sus canciones. Con todo y aunque resulte extraño, ese aire de misterio que rodea su vida y sus canciones no ha irritado, sino cautivado, a sus admiradores.
Bob Dylan (cuyo verdadero nombre es el de Robert Zimmerman) nació en Duluth (Estado de Minnesota) en 1941 y se crio en Hibbing, villa minera de hierro situada a unos 100 kilómetros de la frontera canadiense. El padre de Bob, vendedor de aparatos eléctricos para uso doméstico, compró un piano al tímido regordete Bob y a David, su hermano menor. Bob aprendió por sí solo a tocar el instrumento, como también la guitarra y la armónica. “Yo no hacía más que escribir y cantar, dibujar algo, disolverme en situaciones en me sentía invisible”, contaría Bob tiempo después.
Ya en la escuela de segunda enseñanza, organizó su propia banda de música, para tocar rock’n’roll, género que a la sazón comenzaba a popularizarse.
Al salir de la escuela de segunda enseñanza se cambió el nombre por el de Dylan y comenzó a recorrer el país. Más tarde ingresó en la universidad de Minnesota donde mostró menos interés por sus cursos que por cantar y rasguear la guitarra en las cafeterías del lugar. Abandonó la universidad a los pocos meses y empezó entonces a viajar, a pie o pidiendo transporte a los choferes que pasaban, y cantaba y tocaba donde podía. De tiempo atrás le había conmovido hondamente la música del cantante negro Woody Guthrie, quien por entonces se hallaba incurablemente enfermo en un hospital de aquella zona. El cancionista moribundo y el muchacho de alicaído aspecto trabaron íntima amistad. Parece que Bob Dylan tomó de Guthrie su estilo vacilante y declamatorio, e incluso el pausado dejo popular.
Bob Dylan llegó a Nueva York en 1961. De rostro fino, intenso, de abundante cabellera revuelta y delgada figura, tenía el aire de un maizal de las praderas. Al principio actuaba en los cafés de Greenwich Village (el barrio bohemio de la ciudad), cantando sus propias canciones y acompañándose solamente con su guitarra, o bien arrancando a su armónica un lamento tan triste como el silbido de un tren. La letra, de índole folklórica, era una melancólica mezcla de soledad y cólera expresada en un gemido rustico, pero Bob le comunicaba tal vitalidad que en breve el muchacho se ganó un circulo reducido de admiradores. Uno de los jefes de la empresa Columbia Records lo oyó cantar y lo contrató para hacer con él varias grabaciones.
El joven cantor no tardó en perfeccionar un estilo personal, al dar expresión a los sentimientos de la juventud, de los hombres que se sienten confusos y de los que buscan la luz. Por los días en que los artistas populares norteamericanos difundían canciones huecas e insulsas, aunque ruidosas, Dylan supo reflejar el sentir de la juventud con vibrantes canciones de protesta, tales como: The Times They Are A Changin, Masters of War y Who Killed Davey Moore? Sin embargo, Bob Dylan no conquistó la atención pública hasta 1962, año en que compuso Blowinn’ in the Wind. Como número culminante del famoso Festival Folklórico de Newport, del mismo año, salieron a la escena en unión de Bob Dylan brillantes estrellas, tales como Joan Baez y Pete Seeger, para cantar con él las obsesivas melodías de su canción Blowin’ in the Wind. Fue un momento inolvidable, recuerda el director del Festival, George Wein.
Esa canción fue el primer gran éxito de Bob Dylan. No había pasado mucho tiempo sin que ya la hubieran grabado más de 50 cantantes o conjuntos. A la vez que We Shall Overcome, la composición de Dylan había de convertirse en el himno extraoficial del movimiento norteamericano en favor de los derechos civiles. Dylan mismo tomaba parte activa en esta lucha, marchando en manifestaciones públicas y asistiendo a reuniones celebradas en diversos lugares del Sur, y actuando gratuitamente en funciones para beneficio de la causa. Al poco tiempo ya se presentaba ante crecidos públicos en muchos lugares del mundo.
Su programa de trabajo era agobiador, pues debía viajar en avión de una ciudad a otra de su país, y su abigarrada compañía de músicos, con el equipo que llevaba, ofrecía la apariencia de una caravana de gitanos transportada por aire. Tan frenética actividad no pudo menos que tener adversos resultados, y el mismo Dylan confiesa que tuvo que refugiarse en las drogas para sostener aquel furioso ritmo. El notable folklorista Alan Lomax predecía: “A mi parecer, Bob Dylan pasará a la historia como uno de los grandes poetas de su tiempo… si es que antes no muere de agotamiento”.
Cantos de libertad. A pesar de su creciente fama, Dylan Dylan se mantenía obstinadamente independiente, cultivando su pasión por el aislamiento. Dylan no abriga simpatía por las causas organizadas, y dijo: “No formo parte de ningún movimiento: son lo mismo que la política. No puedo tragar ninguna organización”.
Su música fue evolucionando en forma imprevisible. Cada nuevo álbum de sus canciones seguía un rumbo diferente de los anteriores y le ganaba nuevos admiradores, aunque también le restaba algunos. En el Festival Folklórico de Newport, en 1965, el público obligó a Bob a dejar la escena al abuchearlo por cantar sus composiciones populares acompañándose de una guitarra eléctrica y prestándoles un exagerado ritmo de rock’n’roll. No obstante, supo atraerse un público mayor entre la gente joven, capaz de identificarse con aquel original acento y aquella fantasía “psicodélica”. El enorme éxito alcanzado en 1965 por el número de Dylan Mr. Tambourine Man, estableció, literalmente al son de los timbales, la modalidad del folk-rock, o rock’n’roll folklórico. La nueva música de Dylan no tardó en hacer sentir su influencia en otros intérpretes distinguidos de la música popular, y el éxito que alcanzó contribuyó a formar gran número de cantantes de folk-rock famosos en el decenio último.
Consecuencia de un accidente. En 1966 el cancionista estuvo en un tris de matarse en la motocicleta, y todas las radiodifusoras de música popular interrumpieron sus programas para transmitir noticias del accidente. Con una vértebra rota y varias lesiones internas, Dylan pasó muchos meses encerrado, “con los ojos clavados en el techo”. Su prolongada recuperación dio origen a un torrente de rumores. Se decía que estaba moribundo, o que había quedado paralitico o desfigurado, y que ya no se ocuparía en la música. Cuando al fin le preguntaron cuál de esos rumores era fundado, Dylan replicó jocosamente: “Todos ellos lo son”.
Los largos meses de convalecencia solo sirvieron, por irónica circunstancia, para intensificar la mística que envuelve a Dylan. Se hizo al artista objeto de culto popular y aparecieron admiradores suyos que se ocupaban en examinar la personalidad del poeta y cantor con la pasión que muestran los especialistas en la política del Kremlin o de la China roja. Los álbumes de Dylan se vendían más que nunca. Transcurrieron cerca de dos años antes de que Dylan saliera de su retiro para participar en un concierto de beneficencia celebrado en el Carnegie Hall de Nueva York, en memoria de Woody Guthrie.
Héroe folklórico. No deja de ser una ironía que este artista, flaco y de estridente voz, cuyas canciones de censura contra los males de la sociedad han hecho de él la conciencia de toda una generación, se encuentre convertido hoy en un multimillonario. (“No sé cuánto gano”, dice, “y no quiero llegar a saberlo nunca”.) Se propone seguir escribiendo canciones y ofrecer de vez en cuando algún concierto, no con la furiosa actividad de sus primeros años, pero tampoco con la parquedad de los últimos. Dylan anduvo en gira durante cinco años, y hoy asegura que aquellas fatigas, así como las drogas que tomaba, agotaron sus fuerzas. “No quiero llevar otra vez una vida así”, dice. “La gente no necesita drogas ni cigarrillos. Hay que librar al organismo de todo eso”.
En la actualidad, Bob Dylan lleva una existencia tranquila y retirada, en compañía de su esposa Sarah y sus cinco hijos, en una casa de Greenwich Village, en Nueva York. Graba en Nashville (Tenesí), población considerada como La Meca de la música rural y del Oeste norteamericano. “Durante mucho tiempo viví deprisa”, comenta, “y lo lamento. Cuando va uno de prisa, no tiene conciencia como debiera de las cosas”. Hace poco el crítico Alfred Arnowitz sintetizaba el asombroso efecto del arte e Dylan en estos términos: “Casi por sí solo Dylan ha transformado la música popular norteamericana. Ha dado origen a una nueva generación de poetas y es probable, gracias a él, que la música contemporánea se convierta en la literatura de nuestra época”.
Todo esto escribía el crítico John Reddy en la revista Selecciones de noviembre de 1970.

¿Premonición o predicción?


Bob Dylan, premio Nobel de Literatura 2016
Diario El País, España
Por primera vez en la historia del Nobel de Literatura, la gente no correrá a las librerías sino a las tiendas de discos. Cuando la secretaria de la Academia Sueca Sara Danius ha pronunciado el nombre, han retumbado todos los cimientos. Bob Dylan (1941, Duluth, Minnesota), premio Nobel de Literatura. La sorpresa en los mundos de las letras y la música solo puede ser comparable a la que seguro ha sido una legendaria, hipnótica, imbatible sonrisita pícara del galardonado al enterarse, perdido como siempre en su gira interminable alrededor del mundo, al margen del mito. Era el eterno aspirante, así como un recurrente chiste entre los más escépticos y, sobre todo, más ortodoxos. ¿Un músico, cuya única obra en prosa fue un fracaso, cosechando el mayor de los premios literarios? Imposible. Pero lo imposible –y vivir a contracorriente- es lo que mejor se le ha dado a este compositor que cambió como nadie el concepto de canción popular en el siglo XX, añadiendo una particular dimensión poética a la música cantada. Y tan importante como ese determinante hecho: su influencia, reconocida por los Beatles, los Rolling Stones, Bruce Springsteen y cualquier icono del rock y el pop que venga a la cabeza, no ha hecho más que crecer a medida que ha pasado el tiempo. Ahora, con este premio, y tras haber recibido antes el Pulitzer o el Premio Príncipe de Asturias de las Artes, la onda expansiva da para otro siglo.

¿Premonición o predicción?

Recopilado por Norberto Pannone, Buenos Aires, Argentina, octubre de 2016



2 comentarios:

  1. Impresionante la vida de este coloso que nunca se sintió tal, aunque su vida ha representado una historia de esas que la vida recrea, sin intervención casi de su protagonista...Solo vivió como quiso, las notas fueron su guía y el Destino se encargó de acomodárselas para el éxito.....

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  2. Mi opinión no es compartida por muchas personas. Pero tal vez valga para aquellas que sigan preguntándose qué decir sobre este acontecimiento.
    Yo lo considero una de las tantas maniobras de distracción del sistema. Mientras se sigue apoyando las guerras y las injusticias, la impunidad y la esclavitud del trabajo indigno o del no trabajo, surge la burla premiando a un cantante cuyas letras de protesta muchos cantan y pocos escuchan de verdad.
    Me gusta su música, me gustan sus letras.
    Pero de ahí a otorgarle el premio Nobel... Si no fuera porque creo lo que antes expuse, pensaría que los críticos y jueces de este premio han dejado de leer a los cientos de miles de escritores y poetas del mundo y ahora se dedican a escuchar música.
    Ahora a pensar en serio, y sacar conclusiones...
    Marian M.

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